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Cuando Dios nos invita a mirar sin huir
El capítulo 37 del libro de Ezequiel nos sitúa ante una experiencia espiritual tan intensa como incómoda. El profeta es conducido a un valle lleno de huesos secos, un paisaje de muerte y desolación. No es una visión simbólica amable, sino una imagen cruda de una realidad rota. El relato comienza con un gesto significativo: Dios pone su mano sobre Ezequiel y le hace ver. No le aparta del dolor ni le ofrece una salida rápida, sino que le invita a mirar de frente lo que hay. El texto de Ezequiel 37,1–14 nos recuerda que la fe bíblica no nace de la evasión, sino del encuentro honesto con la realidad.
Un profeta marcado por la pérdida y la crisis
Para comprender la fuerza de esta visión es necesario situarla en su contexto. Ezequiel no habla desde la estabilidad ni desde el éxito. Es un profeta exiliado, arrancado de su tierra, lejos de Jerusalén y del templo, con un proyecto vital truncado. Su vocación sacerdotal, cuidadosamente preparada desde joven, queda anulada por la invasión y el destierro. A esta ruptura se suma una profunda crisis de fe: ¿cómo ha podido Dios permitir la caída de la ciudad y la destrucción del templo, lugar de su presencia? La experiencia del exilio no es solo geográfica, es espiritual y emocional. Desde esa fragilidad, Dios sigue contando con él.
Mirar la realidad sin filtros ni maquillajes
Antes de pronunciar palabra alguna de esperanza, Ezequiel es invitado a caminar por el valle. No observa desde lejos. Baja, atraviesa el terreno, se mueve entre los huesos. Mirar sin filtros implica aceptar lo que hay, sin espiritualizar el dolor ni minimizar la desolación. En el mundo bíblico, el contacto con la muerte era fuente de impureza, especialmente para quien estaba destinado al sacerdocio. Sin embargo, Dios le pide que cruce ese límite. La fidelidad no consiste en preservar una imagen intacta, sino en entrar en los lugares donde la vida parece haberse agotado.
«Señor, tú lo sabes»: una fe humilde y confiada
La pregunta de Dios es directa: «¿Podrán vivir estos huesos?». La respuesta de Ezequiel sorprende por su sencillez: «Señor, tú lo sabes». No es una evasión ni una falta de fe. Es el reconocimiento del propio límite. El profeta no se sitúa como quien tiene respuestas, sino como quien confía. Esta frase concentra una espiritualidad profundamente madura: admitir que hay situaciones que nos superan y ponerlas en manos de Dios. La fe aquí no se presenta como seguridad absoluta, sino como entrega confiada.
Los huesos secos: una lectura personal y comunitaria
La visión del valle no se queda en el plano del pasado. Interpela también al presente. Los huesos secos pueden representar heridas no sanadas, procesos enquistados, cansancios acumulados. Ezequiel observa que son muchos, que llevan tiempo y que están a la vista. Algo similar puede ocurrir en la vida personal y en la vida comunitaria. Hay realidades que se han ido secando poco a poco y que permanecen expuestas, sin haber sido cuidadas. La fe no consiste en ocultarlas, sino en reconocerlas y dejarlas delante de Dios.
La Palabra y el Espíritu que recrean la vida
La restauración no llega por el esfuerzo humano ni por el optimismo. Llega cuando la Palabra es proclamada y cuando el aliento de Dios, el ruaj, sopla de nuevo. El Espíritu no actúa de forma mágica, sino recreadora. Ordena, recompone, devuelve vida. El mismo Dios que creó al ser humano al soplar su aliento sigue actuando hoy, no solo para resucitar de la muerte, sino para levantar del desgaste, del desánimo y de la sequedad interior.
Adviento: tiempo de espera y revisión
En tiempo de Adviento, este pasaje adquiere una resonancia especial. No se trata de una espera pasiva ni sentimental, sino de una espera consciente. Adviento es tiempo de revisión, de volver la mirada hacia dentro, de ordenar lo que se ha ido acumulando. Es un tiempo para preguntarse qué vemos cuando miramos nuestra vida y nuestra comunidad sin adornos. La esperanza cristiana no niega la noche, pero confía en que Dios sigue obrando incluso en los valles más áridos.
Una espiritualidad que se vive en comunidad
La vida que Dios devuelve nunca es solo para uno mismo. El pueblo al que se dirige Ezequiel es una comunidad herida, y la promesa de vida nueva es también comunitaria. La fe se vive acompañados, compartiendo procesos, sosteniéndose mutuamente. Cuando el Espíritu sopla, no solo transforma corazones individuales, sino que renueva relaciones y reconstruye comunidades. Esa es la esperanza que atraviesa este texto: Dios no abandona lo que parece perdido.
Al final, la visión del valle de los huesos secos no es una historia de muerte, sino una proclamación de vida. Dios sigue poniendo su mano sobre personas frágiles y comunidades cansadas para ayudarles a ver de nuevo. Allí donde todo parecía seco, el aliento de Dios sigue teniendo la última palabra.
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Este artículo está basado en la predicación del pastor Ricardo Moraleja, compartida el 7 de diciembre de 2025 en la Església Protestant Sant Pau.


