Un sueño bastante inquietante | Joana Ortega Raya

Joana Ortega Raya (1956-2020)

Nuestra querida Joana (1 de octubre, 1956 – 6 de agosto,2020), hace unos años escribía sobre un sueño que tuvo. Me parece más que interesante publicarlo en nuestra web, pues estoy convencido que será de edificación para los que lo lean.

Ignacio Simal, pastor de Betel+Sant Pau

Hace dos noches tuve un sueño bastante inquietante, y no tanto por su contenido, sino porque me acuerdo de él paso a paso; y ya se sabe, los sueños se olvidan cuando te despiertas. Pero éste ha decidido permanecer en mi memoria y no entiendo muy bien por qué.

En mi sueño yo estaba dirigiendo uno de los momentos más importantes de la celebración comunitaria dominical y había decidido compartir la experiencia -que tantas veces nos encontramos en los salmos, por ejemplo- del silencio de Dios. Sí, esa que el mismo Jesús experimentó en la cruz. Entonces, un hombre me increpó y me preguntó: ¿Serias capaz de decirle eso a este adolescente? señalándome a un joven sentado detrás de él. A lo que yo respondí: Y por qué no, seguro que él también tiene su propia experiencia de ese silencio.

Sin embargo, e inmediatamente, en mi sueño se produjo un giro sorprendente, y le dije a ese hombre: De todas maneras, el silencio de Dios es una experiencia que nos enseña a escucharle, porque en realidad no está callado y sigue hablando en la Historia y en nuestras historias, es sólo cuestión de estar atentos y saber leer y entender que su silencio puede ser simplemente una forma de comunicarse con nosotros. ¿Acaso no lo hacemos nosotros también?

Ufff, el subconsciente siempre alerta. ¡Salud!

Febrero, 2014

Cuando llegan los dolores del alma (o del cuerpo) – Boletín Julio-Agosto, 2018

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Cuando llegan los dolores del alma (o del cuerpo)

Tarde o temprano llegan. Llegan los dolores del alma o del cuerpo (o ambos a la vez) a nuestra existencia. En ocasiones lo hacen sin previo aviso. Golpean la puerta de la salud hasta romperla, entrando en tropel. Entonces un clamor surge en nosotros, “¡Señor, hijo de David, ten misericordia de nosotros!” (Mt. 20:30). Nuestra razón, auxiliada por nuestra empobrecida fe, nos reprende, y ¡de qué manera! Nos dice, ¡debes confiar en los expertos de la salud del alma y del cuerpo! Pero nosotros, nosotras, creyentes en un Dios que está a nuestro favor, confiamos en él de un modo mayor que nuestra confianza en los expertos. No subestimamos a los especialistas, acudimos a ellos, pero también sabemos que Dios actúa tanto a través de mediaciones humanas como de su directísima mano. De ahí que volvamos a clamar “¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros!”, y quedamos a la espera de la respuesta de su generosidad. Y a veces ocurre… ocurre que Dios, compadecido de nosotros, pone su mano sin mediaciones, sanando nuestra alma o nuestro cuerpo (Mt. 20:34). Descansamos en Dios, nuestro Señor, porque ya sea en sanidad o en ausencia de ella, Él ¡sea glorificado!

Ignacio Simal Camps, pastor de Betel + Sant Pau

La Palabra viene a nosotros

Silencio acompañado por el constante sonido del ventilador del calefactor. Hace frío. Leo textos antiguos. Textos que, a través de los siglos, han resucitado de la muerte a infinidad de corazones heridos. Millones de ojos han fijado su mirada en ellos. Ansiaban inundar sus pupilas de esperanzas ciertas, y su deseo se veía cumplido.

Sin embargo, aunque faltaran esos sagrados textos, Dios no nos golpearía con el silencio. Vendría a nosotros, llenaría nuestro corazón con una Palabra de estímulo y de consolación, tal y como cuentan que hacía en el pasado con sus amigos los profetas. Y es que como escribiera un cristiano antiguo, ¡Nadie puede encadenar la Palabra de Dios! (2 Tim. 2:9b). La Palabra de Dios goza de la libertad más absoluta para salir a nuestro encuentro a través de las formas y medios más extraños. Aunque es verdad que siempre corremos el peligro, al igual que le sucedió al joven Samuel (1Sam. 3:1ss.), de confundir la voz de Dios con las voces humanas, y viceversa.

Por todo ello oro a favor de los que me leen, y digo con palabras antiguas, “que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre a quien pertenece la gloria, os otorgue un espíritu de sabiduría y de revelación que os lo haga conocer. Que llene de luz los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a la que os llama, qué inmensa es la gloria que ofrece en herencia a su pueblo y qué formidable la potencia que despliega en favor de nosotros los creyentes, manifestada en la eficacia de su fuerza poderosa” (Efe.1:17-19 BTI).

Señor, ¡gracias! ¡gracias por ofrecer a nuestros corazones heridos el confortable refugio de los sagrados textos!

Soli Deo gloria

Ignacio Simal, pastor de Betel+Sant Pau

Jesús nos sacó a un lugar de abundancia

Hiciste cabalgar hombres sobre nuestras cabezas; pasamos por el fuego y por el agua, pero tú nos sacaste a un lugar de abundancia” (Salmos 66:12 LBLA)

Algunos de nosotros, antes de que Jesús saliera a nuestro encuentro, tuvimos que navegar por el océano de la existencia no sin enfrentarnos al misterio del significado de la vida. Tal vez pasamos por “fuego”, tal vez atravesamos aguas tumultuosas, pero el Jesús que nos convocaba, nos sacó “a un lugar de abundancia”.

La abundancia, en este momento vestida de sobriedad, la hallamos en la compañía de hermanos y hermanas. Ellos, ellas nos ofrecieron sus vidas para hacerlas una junto a la nuestra. También nos introdujeron en el arcano de las enseñanzas de Jesús que nos acercaron al significado de la vida. De nuestra vida. Ello nos permitió acceder al “para qué” de la existencia: estamos aquí par dar testimonio de que otro mundo, es posible aquí y ahora. Un mundo que podemos crear aquí y ahora por la gracia del Dios que nos mostró el Galileo.

Llegará el tiempo -no atisbo el “cuándo”- en el que nos alegraremos en la consecución final de este mundo como un lugar de abundancia, ya desvestido de sobriedad, en el que todos los seres humanos no necesitaremos expresar dolor, ni gemido, por la ausencia de justicia.

En cualquier caso, disfrutemos y compartamos lo poco o mucho que tengamos a fin de construir, experimentar y confesar que Dios hizo “cabalgar hombres sobre nuestras cabezas; pasamos por fuego y por el agua, pero [Él] nos sacó a un lugar de abundancia”.

Soli Deo Gloria

Ignacio Simal, pastor de Betel + Sant Pau

Lo que cuenta es el corazón

Lo que distingue al auténtico judío es su interior, y la auténtica circuncisión es la del corazón, obra del Espíritu y no de reglas escritas. Y no serán los seres humanos, sino Dios, quien la alabe.” Ro. 2:29 BTI

Lo que cuenta es el corazón, el interior del ser humano. No tanto su pulcritud a la hora de cumplir con reglas escritas (letra). Lo que distingue a alguien que confiesa a Jesucristo del que no, es su interioridad. Y ello sólo lo conoce Dios y el propietario del corazón en cuestión.

Si uno se considera interiormente superior al resto del género humano, ¡tiene un problema! Un problema que debe resolver inmediatamente si realmente desea ser integro a la manera cristiana. Debe iniciar un peregrinaje interior que le conduzca, entre otras cosas, a una limpia conciencia, a la misericordia, a sentir hambre y sed de justicia, a la mansedumbre y a la paz (Mt. 5:1ss). No en vano nos enseñará Jesús de Nazaret que “lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre” (Mt. 15:18). Y también: “El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas” (Mt. 12:35). Todo lo que podemos llegar a ser en aras del mundo nuevo de Dios y su justicia se decide en el corazón.

Debemos considerar como único tesoro de nuestra vida la búsqueda incesante de la justicia, fiel compañera del mundo nuevo que proclamó Jesus. Porque nuestro tesoro no está ni en la letra pura y dura, ni en lo que nos ofrece la sociedad en la que nos movemos, sino, reitero, en el mundo nuevo de Dios.

El mundo nuevo se inicia y se abre paso, de entrada, en el corazón. Es en el interior donde el Espíritu nos instruye en el noble arte del nomadismo espiritual que origina su obra en nosotros, a fin de entrar en la tierra prometida de la libertad interior, que ni nos esclaviza -obviamente-, ni nos impele a esclavizar a nuestros prójimos. ¡Todo se decide en el corazón humano! De ahí que “sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida” (Pr. 4:23).

Soli Deo Gloria

Ignacio Simal, pastor de Betel + Sant Pau

¿Qué vemos dentro de nosotros?

Cantaban “The Rolling Stone” en 1966: “Miro dentro de mí, y veo que mi corazón está negro. No más colores, quiero que se vuelvan negro […]. No es fácil plantar cara cuando todo tu mundo es negro”.

Y muchos siglos atrás el poeta hebreo escribía: <<Tenía yo confianza aunque decía: “¡Qué desgraciado soy!”. En mi turbación exclamaba: “Todos los humanos mienten”>> (‭‭Sal. ‭116:10-11‬ ‭BTI‬‬). Y es que hay momentos en la existencia en que lo vemos todo negro, tanto si miramos dentro de nosotros -“¡qué desgraciado soy!”- como si observamos a nuestro alrededor -“todos los humanos mienten”-. ¡Todo lo vemos negro!

Nuestro corazón bebe una mixtura compuesta de confianza en Dios y turbación. No sé si a partes iguales. Lo que sí sabemos es que es un debate interior muy doloroso, y que nos priva de ver la vida en todo su colorido. Y oramos, haciendo nuestra la oración de Jesús, “Padre, si quieres, líbrame de esta copa de amargura; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (‭‭Lc. ‭22:42‬ ‭BTI‬‬).

Ahora bien, en medio de todo esto, y haciendo caso omiso a la invitación a la desesperanza que nuestra situación existencial nos hace, decimos en voz alta y clara: “Alzaré la copa de la salvación, invocaré el nombre del Señor. Cumpliré al Señor mis promesas delante de todo su pueblo” (‭‭Sal. ‭116:13-14‬ ‭BTI‬‬). Y lo decimos sabedores que aunque nuestra fe sea minúscula, será capaz de “mover montañas” (Mt. 17:20). La asombrosa gracia de Dios obrando en nosotros logrará, en abierto contraste con lo afirmado en la canción de los “Rolling”, que miremos dentro de nosotros y veamos luz, que observemos nuestro alrededor y volvamos a ver la vida vestida de los colores del arco iris. Soli Deo Gloria

Ignacio Simal, pastor de Betel + Sant Pau