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Cuando la justicia nace del corazón de Dios
“Que la justicia fluya como un río”. Esta imagen de Amós 5 (NVI) sigue interpelando a cualquier persona que escucha con honestidad. La justicia que fluye como un río no es teoría ni eslogan. Es el clamor de un Dios que no se acostumbra al dolor humano. El rugido del león que describe el profeta revela una sensibilidad divina que rechaza la indiferencia y nos invita a despertar la conciencia.
Ese rugido de Dios no nace de la ira caprichosa. Surge de un corazón herido por el sufrimiento humano. Hay demasiado dolor que se normaliza y demasiadas historias quebradas que se silencian. Muchas personas buscan a Dios porque cargan heridas profundas. Algunas de esas heridas nacen incluso en espacios donde esperaban consuelo. La justicia que Dios desea no empieza en leyes ni en sistemas. Nace de su compasión, de ese movimiento divino que se rebela ante todo lo que daña, humilla o excluye. Cuando la Escritura habla del rugido del león, nos recuerda que a Dios le duele lo que nos duele y que ninguna injusticia le es indiferente.
Una justicia encarnada que se vive con coherencia
Amós recuerda que la fe auténtica no se sostiene en rituales perfectos si el corazón permanece ajeno al sufrimiento ajeno. Los cantos y los cultos pierden su sentido cuando no se acompañan de una vida que busca la justicia y el buen trato. La música puede elevar el espíritu. La liturgia también. Pero ninguna de las dos puede sustituir la responsabilidad de cuidar, reparar y abrazar la fragilidad de quienes nos rodean. La justicia que fluye como un río cuestiona una espiritualidad que se refugia en lo estético sin abrirse a lo humano. Dios no rechaza el canto. Rechaza la desconexión entre adoración y compasión. La justicia divina se hace visible cuando la liturgia impulsa a vivir con coherencia: escuchar sin juzgar, sostener a quien se debilita y asegurar que nadie quede al margen de la dignidad. En esa unión entre alabanza y vida se revela una fe encarnada que mira el mundo con los ojos de Dios.
Cuando un profeta inspira a quienes transforman la historia
La figura de Amós ha atravesado siglos hasta llegar a voces que reconocieron en sus palabras un llamado divino imposible de ignorar. Entre ellas destaca Martin Luther King. En su célebre discurso I Have a Dream (“Yo tengo un sueño”), proclamó ante miles de personas el versículo de Amós: que la justicia corra como las aguas y la rectitud como un torrente inagotable. No lo citaba como adorno retórico. Lo hacía desde una profunda convicción espiritual. La justicia que fluye como un río refleja la voluntad de un Dios que siempre se pone del lado de la dignidad humana. King entendió que la fe no puede desentenderse del sufrimiento de un pueblo. La verdadera adoración se expresa en la búsqueda perseverante de un mundo más humano, más libre y más fraterno.
Su lectura de Amós reveló algo esencial. Cuando el corazón de una persona se alinea con el corazón de Dios, la justicia deja de ser un ideal abstracto. Se convierte en un movimiento capaz de transformar realidades. En King no había imposición ni violencia, sino una fuerza nacida de la compasión profunda. Esa misma compasión fue proclamada por Amós y continúa invitándonos a vivir la fe de forma encarnada y responsable.
Desde esa visión nacen los sueños que mueven la historia. Así ocurrió con el pastor campesino del sur de Judá. Y también con el pastor negro del sur de unos Estados Unidos marcados por la segregación racial. En manos de mujeres y hombres de fe, la justicia de Dios pudo —y puede— mover conciencias sin violencia y abrir caminos nuevos en medio de la injusticia estructural. La justicia que fluye como un río se convierte en una fuerza que no arrasa vidas. Libera, restaura y humaniza.
El llamado actual: dignificar, despertar y actuar
Vivimos en un tiempo saturado de estímulos y discursos que pueden adormecer la conciencia. También pueden alejarnos del dolor real que muchas personas cargan en silencio. Por eso, la voz de Amós sigue siendo urgente. Necesitamos permitir que Dios despierte nuestra sensibilidad. También es necesario reconocer dónde hay sufrimiento y preguntarnos qué gestos están a nuestro alcance. No podemos transformar el mundo entero. Pero sí podemos cuidar cada relación, cada palabra y cada espacio donde participamos. La justicia que fluye como un río comienza en lo pequeño: escuchar, respetar, proteger y acompañar. Desde ahí se convierte en un testimonio que transforma.
Que Dios sostenga tu vida y nuestra comunidad en este camino. Que donde estemos fluya su justicia y se ensanche su esperanza. Amén.
Este artículo está basado en la predicación del 9 de noviembre de 2025 del pastor Ismael Gramaje en la Iglesia Protestant Sant Pau.
Puedes ver aquí la predicación completa e inspirada: https://www.youtube.com/watch?v=Cf7Z9fLBshw
Puedes leer otra reflexión relacionada aquí: Volver a lo esencial.
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