Aunque camine por valles sombríos…

 Aunque camine por valles sombríos no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan. (Salmos 23:4 BTI)

Ni en sueños hubiera imaginado que vendría un tiempo en el que nuestras celebraciones dominicales serían suspendidas, y tendríamos que quedarnos en casa junto con nuestras familias. Pero sí, está ocurriendo, son tiempos delicados. Bien lo sabemos, bien los experimentamos.

Es una especie de “valle sombrío” el que estamos atravesando. No solo nosotros, sino también nuestros conciudadanos. Las dudas, la inseguridad, las preocupaciones y el miedo, -sí, el miedo-, desean anidar en nuestros corazones. ¿Lo permitiremos..? Ahí esta la cuestión.

Nos podemos quedar en el “valle sombrío”, o confesar al Dios que nos está acompañando en esta hora.  Es Dios que, a través del Espíritu, habita en nuestra morada interior, y desde ahí, nos susurra palabras de amor, ánimo y consuelo. ¿Las escuchas? O, tal vez, el ruido de lo sombrío es tan ensordecedor que silencia al que mora en nuestros adentros.

Callemos, guardemos silencio, cerremos nuestros ojos y entremos en la luz del Espíritu eterno que, desde siempre, nos ha acompañado y nos acompaña. Esa luz que habita en nuestro interior es “la vara y el cayado de Dios” que sosiega nuestro espíritu, y pone sordina al ruido exterior.

Sí, Dios nos ve “remar con gran fatiga”, observa que nos cuesta lograr que nuestra barca surque el mar de la vida en la dirección correcta, el viento nos es contrario. Pero en medio del viento, del mar y de nuestra fatiga, aparece Jesús, nuestro Señor, diciéndonos, “soy yo, no temáis”, sube a nuestra barca y los vientos que azotan nuestra alma cesan, y la oscuridad de nuestro valle se disuelve como neblina al salir el sol. “No tengáis temor, yo he vencido al mundo”, nos dirá. Y es que la gracia de Dios es asombrosa, “su vara y su cayado nos sosiegan” por dentro.

Vuelvo a deciros, cerrad vuestros ojos, entrad en vuestro aposento secreto y ved que en él hay una mesa preparada. En ella hay una copa de vino, la copa del nuevo pacto; y también pan, el pan de vida. Participemos espiritualmente de la copa y el pan, ello alegrará nuestro corazón e infundirá vida a nuestro espíritu. Guardad silencio, no os inquietéis, pues nada ni nadie nos podrá arrebatar de las bondadosas manos de nuestro Salvador.

Os invito, me invito, en esta hora, a confesar con nuestros labios: Aunque camine por valles sombríos no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan.  ¡Aleluya, amén! 

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