Ser cristiano es ser verdaderamente humano

Dios formó al hombre del barro de la tierra, en él completó todas sus obras y miro en él como quien mira en un espejo” (Hildegarda von Bingen. Liber Vitae Meritorum, XV)

Sí, Dios creó al ser humano “a su imagen y semejanza“, de tal manera que como escribió Hildegarda (1098-1179), “miró en él como quien mira en un espejo“. Sin embargo, el espejo se oscureció y Dios ya no pudo reconocerse en él.

Al tiempo, nació Jesús, el Mesías, y de él se escribió que fue “reflejo resplandeciente de la gloria del Padre e imagen perfecta de su ser” (Heb. 1:3 BTI); de nuevo Dios pudo verse en él como en un espejo perfecto. Y así, nosotros y nosotras, por su infinita misericordia, podemos contemplar en él, “a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, y ser transformados de gloria en gloria en la misma imagen [que contemplamos], como por el Espíritu del Señor” (2 Cor. 3:18).

Dios, en su gracia y misericordia, ha predestinado al ser humano a contemplarse en el espejo verdadero, es decir, contemplarse en Jesús, hijo de David e hijo del hombre, a fin de ser recreados conforme a su imagen (Ro. 8:29), cuya culminación se realizará de forma plena en la resurrección. Y es que decir sí a Jesús y seguirle en su camino, es internarse en la verdadera humanidad según la voluntad del Padre de las luces. Ser cristiana, ser cristiano, es ser verdaderamente humano a la manera del profeta de Nazaret. ¡Bendita gracia de la que somos depositarios!

Ser espiritual es ser verdaderamente humano, en el que Dios puede mirarse como en un espejo. Ni más ni menos.

Soli Deo Gloria

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