Reconciliación

Acostumbrados a dicotomizar la realidad en pares contrarios, creamos “otredades” a las que atacar, excluir y hacerlas blanco de nuestras blasfemias. Pensamos en blanco y negro, y ello nos sume en un mundo sin esperanza alguna, y si acaso existe algún atisbo de ella, se articula en la eliminación del otro.

Por ejemplo, nos relacionamos con las persona amigas, y a las que consideramos “enemigas”, les negamos el pan y la sal, soñando con el día que ellas desaparezcan de la faz de la tierra (“la descendencia de los impíos será destruida” Sal. 37:28c). Sin embargo, la ruptura con ese mundo conformado por amigos-enemigos se resuelve en la recuperación de la dignidad del “enemigo”, del otro, a través de discernir en él la “imago Dei” (algo que en ningún momento ha perdido), el denominador común que reconcilia el mundo de contrarios que inconvenientemente hemos creado. A partir de ahí solo queda una acción constante-existencial: amar, bendecir y no blasfemar de ninguna persona.

No en vano el Espíritu Eterno nos dirá que, con la lengua “bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así” (Stgo. 3:9-10); y “amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen. Así seréis verdaderamente hijos de vuestro Padre que está en los cielos, pues él hace que el sol salga sobre malos y buenos y envía la lluvia sobre justos e injustos” (Mt. 5:44-45).

Y así, a cada paso dado, se abrirá ante nosotros un mundo reconciliado, sin contrarios, en el que no nos vemos impelidos a sembrar la semilla de la violencia, siendo capaces de decir, hacer y sembrar verdad en amor.

Ignacio Simal

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