No somos dueños del tiempo de nuestra vida

«Tú los arrastras al sueño de la muerte… Setenta años dura nuestra vida, durará ochenta si se es fuerte; pero es su brío tarea inútil, pues pronto pasa y desaparecemos.»
‭‭SALMOS‬ ‭90:5, 10‬ ‭BTI‬‬

Desde que nacemos emprendemos un viaje hacia el sueño de la muerte. Cada año que cumplimos nos hace más conscientes de ello. Es más, cuando una muerte inesperada ocurre a nuestro lado, nos damos cuenta de que la vida, nuestra vida, pende de un hilo. De ahí que la sabiduría bíblica nos enseñe que no somos dueños del tiempo de nuestra vida, que debemos exprimirlo al máximo. Y no en beneficio propio, sino en el despliegue, por la gracia de Dios, del mundo nuevo según Jesús de Nazaret. Ello implica cultivar la relación orante y meditativa con aquel nos ama desde antes de fundación del mundo, y poner nuestra vida a disposición de nuestras hermanas y hermanos.

Permitidme que lo diga de otra manera: debemos aprovechar cada minuto de la existencia en poner sonrisas en el rostro de los tristes, y esperanza en el corazón de los desesperanzados. Y eso implica dar a Dios a Dios lo que es de Dios, es de decir la totalidad de la vida. En el seguimiento de Jesús no vale la doble militancia.

Soli Deo Gloria

Ignacio Simal, pastor de Betel + Sant Pau

Señor, afianza la obra de nuestras manos

Que descienda sobre nosotros la gracia del Señor, nuestro Dios. Afianza la obra de nuestras manos; sí, afianza la obra de nuestras manos. (SALMOS 90:17 BTI)

¿Por qué las cosas no se desarrollan como deseamos? ¿Será porque algo estamos haciendo mal? ¿Por qué rogamos a Dios, y sin embargo no nos responde? En ocasiones pienso que hacemos y rogamos con “intenciones torcidas” (Stgo. 4:3). Como escribía hace tiempo, tal vez estemos buscando a través de nuestro trabajo, y nuestros ruegos al Señor, la obtención de beneficios personales que nos permitan sobresalir sobre nuestros hermanos y hermanas en la común fe en Jesucristo. Tal vez, no lo sé. Sinceramente, hay cuestiones que para un servidor, en algunos casos, son un auténtico misterio.

De lo que sí tengo certeza es que cualquier fruto de nuestro trabajo a favor del mundo nuevo de Dios y Su pueblo, es resultado de la gracia de nuestro Señor. Dicho fruto no responde a nuestros méritos, a nuestra inteligencia a la hora de trazar planes y estrategias, sino a la gracia de Dios. De ahí que el salmista solicite, y nosotros con él, “que descienda sobre nosotros la gracia del Señor, nuestro Dios“. Eso es lo que las comunidades de fe necesitamos sobre todas las cosas. Es la gracia del Señor la única capaz de afianzar nuestra labor.

De ahí que lo que nos toca es acercarnos confiadamente al Señor -que no es mérito-. “Limpiar nuestras manos” -que no es mérito-. Y purificar nuestros corazones en su presencia -que no es mérito- (Stgo. 5:8ss.). Nada de lo mencionado es mérito, simplemente estaremos haciendo lo que nos corresponde, ni más, ni menos. Tal vez entonces, a su debido tiempo, Dios nos conceda el fruto que sembramos con lágrimas.

No obstante, y aunque no tengamos respuesta certera a las preguntas escritas al principio de esta meditación, lo que nos toca es seguir el ejemplo de las generaciones pasadas, que si bien “murieron sin haber recibido lo prometido, […] lo vieron de lejos con los ojos de la fe y lo saludaron, reconociendo así que eran extranjeros y gente de paso sobre aquella tierra. Los que así se comportan demuestran claramente que están buscando una patria. Ahora bien, si lo que añoraban era la patria de la que salieron, a tiempo estaban de regresar a ella. Pero ahora suspiraban por una patria mejor, la patria celestial. Precisamente por eso, al haberles preparado una ciudad, no tiene Dios reparo en que lo llamen “su Dios” (Heb. 11:13-16 BTI).

Por ello oramos diciendo, “Señor, que tu gracia afiance la obra de nuestras manos. Que tu gracia nos capacite para perseverar en la búsqueda de tu mundo nuevo, y la justicia que le corresponde. Y que ello lo hagamos sin hacer depender nuestra perseverancia de los resultados que obtengamos. Sólo buscamos tu gloria, y la del precursor de la fe, tu Hijo, y nuestro hermano, Jesucristo. Amén”

Soli Deo Gloria

Ignacio Simal, Pastor de Betel + Sant Pau

Primer domingo de Adviento

Primer domingo de Adviento

(Palabras dichas antes de encender la primera vela de Adviento)

Imaginaos que estáis en una habitación invadida por la oscuridad. Atisbáis delante vuestro una puerta. Por sus rendijas se filtra luz. No sabéis lo que encontraréis al otro lado. Y con temor, pero expectantes, la vais abriendo poco a poco, hasta que la luz ilumina toda la estancia antes sumida en la oscuridad. Toda la estancia se llena de luz. Y ¿qué veis al otro lado del umbral? El mundo nuevo que Dios nos ha prometido. Mundo presidido por el Buen Pastor, que con los brazos abiertos nos acoge para siempre jamás. Adviento es el tiempo en el que la memoria espera ver realizadas las promesas que Dios, en Jesús de Nazaret, nos ha hecho. Promesas que en Dios son ¡sí y amén!

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El profeta Isaías, en un momento el que reinaba en su mundo la más densa de la oscuridades, exclamó: ¡Ah, si rasgases el cielo y bajases! ‭‭(Isa.‬ ‭64:1) Y nosotros, viviendo en un mundo similar, decimos un sonoro “amén “, a la exclamación del profeta. Y oramos, “Señor, que este primer domingo de Adviento abras nuestros ojos a la esperanza del reino que viene. Haz que nuestras vidas vivan a la luz de la esperanza para llevar a cabo la tarea de traer luz a la oscuridad que reina en nuestro mundo. Señor, ¡apiádate de nosotros, tu Pueblo! Amén.”‬‬‬